La inmersión en el campo comunicacional como tarea pedagógica


Como suele suceder, una circunstancia medio fortuita me obligó a sistematizar algunas reflexiones e ideas, y qué mejor que dejarlas aquí escritas (en este blog bastante descuidado, por otra parte). La circunstancia es el llamado a concurso de una materia en la que soy docente hace muuuucho tiempo. Es, de hecho, la primer materia que tuve a cargo (Teorías y sistemas de la comunicación, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco), pero por esos avatares institucionales nunca se había llamado a concurso. En fin, en la cancha se ven los pingos y habrá que revalidar méritos (o perecer en el intento, je).

Pero este post tiene otro sentido, y es sondear la respuesta a una pregunta ¿cuáles son los caminos para introducirse en un campo disciplinario? Vale decir, una carrera universitaria de grado supone entre sus tareas la transformación de personas (los estudiantes) desde una condición -digamos- pre-científica a participantes reconocibles de una disciplina particular. Antes de estudiar la licenciatura en física los estudiantes no son físicos, luego se transforman en físicos, y esos no quiere decir meramente que acceden a una acreditación. Antes bien, el título debe certificar que la persona, efectivamente, es eso que dice el certificado (cualquier reminiscencia goffmaniana no es mera casualidad).

En el caso que nos ocupa no se trata de físicos, sino de comunicadores, entendidos éstos no solamente como productores de textos, sino también como integrantes competentes del campo disciplinario de la comunicación social. En todas las carreras de Comunicación hay materias «teóricas» que se supone que tienen la tarea de introducir al estudiante «en la disciplina». Esto no está mal, la cuestión es preguntarse qué quiere decir formar parte, y cómo se consigue.

Una primera precisión: si pongo entre comillas a «disciplina» es porque mis puntos de partida epistemológicos no abrevan en la búsqueda de objetos o metodologías particulares de una “ciencia de la comunicación”, sino que aceptan que un dominio de saberes -también si se trata de saberes científicos- se define sociológicamente a partir de la constitución de un campo específico y reconocible, como analicé más detenidamente en otro post.

Algunas sugerencias de Alejandro Piscitelli nos resultarán aquí de utilidad. Al criticar lo que denomina “fetichismo del contenido”, Piscitelli explica que un dominio de conocimiento “es principalmente un conjunto de actividades y experiencias […], son maneras específicas y precisas de ver, evaluar y de estar en el mundo» (Nativos digitales, pág. 164). No se trata, entonces, de la mera repetición de autores, textos y definiciones; la inmersión de los estudiantes en el campo disciplinario de la comunicación debe traducirse en formas específicas de producción y de reconocimiento, en una aculturación académica. Podemos aquí tomar libremente las nociones de Basil Bernstein, que define los códigos como “orientaciones a los significados”, que son al mismo tiempo «privilegiadas» y «privilegiantes». Un comunicador es aquél que -enfrentado a un texto o situación- realiza interpretaciones o lecturas reconocibles como «comunicacionales», privilegiándolas por sobre otras que no lo son. Además, Bernstein plantea la diferencia entre reconocimiento y producción, lo que nos lleva a apuntar que pertenecer al campo supone no solamente realizar interpretaciones comunicacionales, sino también adquirir la capacidad y competencias para producir textos reconocibles como comunicacionales.

Todo esto nos lleva a preguntarnos necesariamente cómo se establece que una interpretación/texto sea «comunicacional». Y la respuesta, antes que epistemológica, es sociológica: son los integrantes del campo, de manera recursiva, los que reconocen esa particularidad.

¿Pero cómo conseguir esa capacidad de lecturas/producción específicas y reconocibles? ¿Y qué lugar tienen los textos, autores y teorías? Porque tradicionalmente las materias «teóricas» de las carreras de comunicación son aquellas que proponen lecturas canónicas, donde los docentes ocupan las horas de clase en exposiciones semi-catedráticas y donde la tarea de los estudiantes consiste en la lectura y reproducción de conceptos y autores. El problema, obviamente, es que por este camino es difícil, sino imposible, adquirir las competencias que se supone debe dominar el estudiante para pasar a formar parte del campo.

La producción textual de los alumnos tiene que ocupar, me parece, un rol estratégico central. Pero eso no quiere decir que los contenidos puedan seleccionarse aleatoriamente. Cierto manejo de una enciclopedia más o menos compartida es también parte de las competencias necesarias. Goffmaniamente, la identidad del comunicador también pasa por el reconocimiento de nociones como «disfunción narcotizante», «industria cultural» o «lectura preferencial», eso que en Nombre Falso llamábamos la «mochila textual de un estudiante de comunicación».

Pero además, tenemos que hacer hincapié en la delimitación de estrategias que impulsen la producción y la crítica colaborativa por parte de los estudiantes. Curiosamente, me parece que una materia teórica tiene que asemejarse cada vez más a un taller de escritura, en donde se pongan en funcionamiento los aparatos teóricos (como dice Žižek en la introducción de Porque no saben lo que hacen), en vez de propiciar el vasallaje de la doxa establecida.

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  1. […] en la UNPSJB, una de esas clásicas “Teorías de la comunicación”. Ya reflexioné en un post anterior acerca de cómo esas circunstancias externas (léase concurso) obligan a la objetivación de […]


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